domingo, 31 de agosto de 2014

Rastros para hallarse en otro tiempo

Jorge cometió el mismo error dos veces. El primero fue asesinar en una riña, a mediados de los 90 a un sujeto que lo provocó en un local de pool. Le metió dos balazos en el tórax y otro en el cuello. Al salir del local, otro sujeto lo tomó del cuello, Jorge reaccionó con un codazo en los testículos y le metió un balazo en una pierna. En la cárcel la mayor parte de su familia lo abandonó, sólo su hermana le ayudó un par de veces al año con dinero y cosas las veces que lo fue a visitar. Su polola lo fue a ver los primeros dos años de condena, y casi a fines del tercero se fue a despedir. Estaba embarazada, se iba a casar y se iría a vivir al norte. En realidad, el padre de su hijo nunca se hizo cargo, se fue a vivir a Valdivia donde unas tías y terminó casándose con otro tipo años más tarde. Jorge, como parte de la sobrevivencia, comenzó a traficar drogas dentro de su módulo con ayuda de unos gendarmes de los cuales se ganó su confianza. Cuando lo sorprendieron, lo amenazaron de muerte y terminó soportando la responsabilidad junto a un par de compañeros. A esa altura, algunos años más en la cárcel no le parecían demasiado. En las noches, pensaba que tendría un poco más de cuarenta años cuando saliera en libertad, que no tendría nada y que debía sobrevivir en algo que no lo devolviera a ese lugar. Constantemente fantaseaba con la idea de que llegaba a su casa después de un día de mucho trabajo a ver televisión, conversar junto a su familia, comer algo, tener sexo, dormir para levantarse temprano y seguir viviendo una vida común y corriente. Esa sensación de estar ajeno a una vida así lo llenaba de angustia. A pesar de que su carácter era agresivo y poco tolerante, se ganó el respeto de los demás por ser una persona transparente y de buen humor. El hecho de tener habilidad para poder comunicarse, utilizar un vocabulario más amplio que el resto y su elocuencia, siempre le entregó una ventaja para abrirse paso ante los conflictos que se solían producir en la cárcel. La mayoría de sus compañeros cercanos comenzaron a salir, pero eso no fue dificultad para poder plegarse a otros grupos y gozar de una situación favorable. En ocasiones incluso llegó a proteger a los perkin, sólo mediando situaciones y con la palabra. Su buena conducta hizo que pudiese obtener beneficios en los últimos años, por lo que lo trasladaron al módulo donde estaban los de buen comportamiento y delitos menores. Ahí conoció a Andrés, un ingeniero comercial que había estafado al fisco en una concesión de las carreteras que se construyeron a fines de los 90. Andrés, que era un ávido lector comenzó a prestarle algunos libros. Fue el momento en que Jorge descubrió algo nuevo y que nunca había imaginado que pudiese existir. Nunca ante se interesó por descubrir algo de los lugares, de los cuales estaba privado por los errores cometidos, a través de un montón de papeles llenos de palabras que relataban cosas que ni siquiera sucedían realmente en el mundo real. Cualquier cosa que lo acercara a las fantasías de una vida común y corriente le entregaba satisfacción. Llegó a pensar de que después de todo, había algo por lo cual vivir sin tener que sentirse frustrado u oprimido a una vida llena de tragedias como la que le había tocado sortear. En la noche soñó con una imagen que lo perseguía desde niño, una profesora lo retaba frente al curso por no querer leer en voz alta. A su familia nunca le importó su educación y el país era pobre, por lo que era más urgente buscar alguna ocupación que permitiera llevar dinero a la casa para poder comer. Aunque no terminó el colegio, pensó que haría esos cursos nocturnos de los cuales había escuchado hablar a los gendarmes. Esa noche despertó mirando el techo, y como no pudo volver a dormir en un buen rato, cerró los ojos tratando de reconstruir en imágenes toda su historia hasta ese momento.

Ese ejercicio no era algo fuera de lo normal para las presos, el encierro provocaba no sólo imaginar cosas absurdas y buscar espacios de contención cerrando los ojos por las noches, sino que emanaban recuerdos instantáneos, diálogos exactos y espacios en que todo sin duda era mejor que el futuro. Recordó el domingo en que conoció a su padre. Con su hermana habían salido a vender calendarios y fotos de santos a la salida de las misas, cuando de pronto su hermana le indicó con un tono de amargura: Jorge ese es nuestro papá, el que nos abandonó. Quiso ir a hablarle, pero su hermana lo detuvo. Ambos lloraban. No se puede, le dijo, no podemos conocerlo, la mamá dijo que él ya no existe. Años más tarde lo volvió a ver caminando por el Paseo Ahumada. Lo encaró, recriminándole el abandono y este lo desconoció totalmente. Esa imagen lo marcó para siempre. Su madre lloraba, a pesar de que Jorge traía dinero a casa, porque sabía que había comenzado a robar. En un par de años a nadie le importó. Recordó el día en que conoció al único amor de su vida. Habían asaltado un almacén en La Reina y llovía como en los temporales de los años más pobres. Entró a un local en Gran Avenida, empapado, pidió un completo y un shop. La mesera que lo atendió tenía cara conocida. Le preguntó el nombre, se percató que vivía cerca del campamento, en las primeras casas dando la vuelta. Su tío era uno de los compradores de joyas robadas, al que iba a conocer en la cárcel, aunque condenado por violación. Nunca supo cuántos tiempo transcurrió entre ese día y el que entró a ese pool maldito con el arma cargada y con cocaína en los bolsillos. Si estaba seguro que fueron los mejores meses que vivió. Que pensó muchas veces en abandonar todo eso, buscar un trabajo común y forma una familia. La oportunidad de no ser como su padre. El resentimiento motivaba lo mejor de si. Ya no se estaba portando tan mal, pensaba. Ella sabía que a pesar de las cosas a que se dedicaba Jorge, era un buen tipo. Su esperanza era poder cambiarlo. Los recuerdos de ese tiempo volvían, aunque derivaban en las piezas de los moteles a los que iban día por medio. Todo terminaba en el instante preciso en que disparaba, una mesa de pool ensangrentada, personas agachadas, la noche en que pensaba si entregarse o escaparse a Argentina, la mañana siguiente en que llegaron a detenerlo. Ya habían pasado casi diez años, en breve sería libre ¿pero libre de qué? si nada lo ataba a algo, esos años de espera ni siquiera lo hicieron arrepentirse de matar a otra persona. Su segundo error fue no arrepentirse en serio. Saber que su vulnerabilidad lo podía llevar tarde o temprano a disparar sin importar quien fuese o la magnitud del conflicto que trataría de enfrentar. Pero si algo realmente lo hacía tomar conciencia, era la posibilidad remota de encontrar una mujer con la cual poder formar una familia. Esa familia que nunca tuvo, la que imaginaba en las noches más solitarias y frías de cárcel, la mejor forma de evadir un mundo cruel que nosotros mismos ayudamos a que se convirtiera en eso. Al paso de un rato, pensaba que era mejor dedicarse a los pequeños negocios y  vender cosas robadas, con todo lo que había aprendido en la cárcel, los contactos y las nuevas tecnologías, era mucho más fácil ganarse la vida en eso que buscando formas honradas para salir adelante. Su ventaja era que no tenía adicciones, que sus aproximaciones a la droga siempre fueron casuales y esporádicas, y el alcohol era parte de la vida social sin que representara un mayor problema. Así fue como en el paso de unos meses, para pagar la pieza de la pensión a donde había llegado, comenzó a vender celulares robados que le traían compañeros que habían salido hace poco y que en su última etapa había conocido bien. Gracias a su buen proceder y vocabulario, los compradores del persa Bio Bio no insistían demasiado en bajarle el precio, lo que a fin de cuentas resultaba conveniente. Así estuvo, hasta que su buena llegada le permitió hacerse amigo de uno de sus compradores, quien le ofreció ayuda para abrir su propio local de accesorios de celulares y equipos robados. El mismo tipo le ayudó a encontrar un arriendo barato, y Jorge comenzó a construir lentamente el espacio que siempre quiso habitar. Todas las mañanas llegaba temprano, pese a que no se vendía nada hasta pasado de las doce, era el primero en abrir y el último en cerrar. Se sentaba a leer La Tercera, tomando café o mate y en el negocio de la esquina compraba pan con mortadela fina, o salchichón cerveza. Al comienzo no entendía mucho de lo que pasaba en el país, le parecía que pese a que todo era muy distinto a ese lugar al que había dejado de ver desde que entró a la cárcel, los políticos seguían robando igual y peleando por cosas antiguas. Nunca se inscribió para votar y no le interesaba, a pesar de que tratar de entender un poco de todo eso que salía en los diarios le resultaba interesante. Pero eran las páginas policiales las que esperaba con ansias, porque su alma de pequeño delincuente lo hacía sentirse maravillado por las nuevas formas de organizarse en un mundo de incipiente innovación. Saber que bastaba con apretar unos botones y unas teclas para mover cifras de un lugar a otro, darse a la fuga con un nombre distinto, lo motivaba a aprender y fundar su propia organización. Así fue como comenzó a avanzar con sus lecturas de libros policiales, buscando todo tipo de novelas y a refugiarse en mundos agradables que hablaban en su idioma. Una mañana compró en el almacén de la esquina, luego en el kiosko y se sentó a leer el periódico, cuando vio un anuncio que le decía que podía encontrar al amor de su vida por una cifra que no aparecía pero bajo la condición de que si no le gustaba le devolvían su dinero. Lo primero que pensó fue que era una forma más de estafar a la gente, pero después de darle vueltas durante todo el día, se decidió a llamar y le reservaron una entrevista. Cuando comprobó que la cifra era demasiado alta para sus posibilidades, se dio cuenta que entre pagar eso y seguir gastando plata en prostitutas, prefería lo segundo sin duda. Fue en ese mundo donde la conoció, una tarde sin mucho más ánimo que pasar y atenderse. Leonor se hacía llamar, Catalina. Pasaron algunas semanas, primero le pidió el número de teléfono, después la invitó a salir varias veces pese a que en todas le dijeron que no. El hecho de que fuese una prostituta lo tenía sin cuidado, llegando incluso a comprobar que la crueldad de todo lo que lo rodeaba se encargaba de mostrarle que su destino era justamente llevarlo a experimentar cosas como esa. Un día le dijeron que si, y no fue mucho tiempo en el que ella dejó por completo ese trabajo y pasó a ayudar a Jorge en su local. Fueron días en que todo lo que había tenido que atravesar para llegar a ese momento le parecía significativo, como si a pesar de su vida colindante de tragedias le entregara más oportunidades de las que realmente merecía. Por las noches la miraba en silencio, cerraba los ojos y deseaba no despertar en la cárcel, porque la idea de que todo era frágil y se esfumaba en cualquier momento no dejaba de darle vueltas en la cabeza. 

sábado, 30 de agosto de 2014

Nicanor

Ayer fui a la exposición de las fotos de Nicanor Parra en el GAM, y me dediqué a contemplar con admiración cada uno de sus detalles,  como quien tiene todo el tiempo del mundo para no moverse a otro lugar de la ciudad. Además de disfrutar con gran asombro la mayor parte de esas imágenes, en pensar en los amores de Nicanor, en el misterio de su visión política y en todos los malos ratos que le trajo la época de los ideologismos polarizados, el recorrido de un siglo entero dedicado a cosas que no siempre fueron comprendidas, o por las cuales debían transcurrir un par de décadas para que tuviese la valoración merecida. Aunque en homenajes es seguro que vamos a quedar cortos, en la historia el hecho de que su centenario lo encuentre vivo y lúcido, vendría siendo el mejor de los homenajes. 

Este año me he encontrado otra vez con los versos de Parra, no sólo por su centenario, sino porque volver a Santiago ha tenido un poco de Parra también. He empezado a sumar otros poemas a mi batería de poemas que puedo declamar en público y de memoria, aunque no los he practicado como quisiera, es cosa de que empiece a jugar con ello y aproveche los eventos sociales en donde sea acorde. He notado que como no es tan común que alguien mantenga viva una práctica tan antigua como la poesía misma, las personas disfrutan de esos detalles, de apreciar la poesía en lo cotidiano como bien lo retrata Parra en su estilo. A eso también iré presentando algunos de los he escrito y que he ido seleccionando en estos años. Todo está volviendo un poco ahora que hago el intento por escribir más seguido, sumergido en la travesía del exámen de grado y de los días contemplativos que pasan desprevenidos, y sin marcar algún hito. Decía el otro día que de a poco empiezo a soltar un poco más las palabras. Eso sucede cuando se asume este ejercicio constante de escribir sobre cualquier asunto, con y sin trascendencia. 

También me acordé de la Den. Un poco antes de su cumpleaños me mandó un sms, no sé si desde su mismo número o de otro, porque perdí muchos números en mi teléfono antiguo, pero supe que era ella por lo que decía el breve mensaje. La servilleta escrita en lápiz verde que dice siempre vuelvo, es del mismo día, ahí en un restaurant en Las Cruces. Fuimos a ver a Nicanor Parra, a la vida, sin más que el entusiasmo y el azar. En el trayecto conversamos cosas sobre la gente que nos gustaba en ese tiempo, seguido de otras sin mucha importancia y alguna otra en ese lenguaje a ratos complejo, a ratos simple, y siempre demostrativo de cierta profundidad, como si un espíritu se apoderara de esos momentos. Sé que en el camino de ida, de pronto la miré hablando algo y pensé que esa mujer lograba hacerme sentir tranquilo, quieto, como si no hubiese que correr hacia nada más, era rara nuestra amistad, aunque era más amistad que otra cosa (¡Quién es el que no besa a sus amigas!). Subimos las escaleras que están junto a su casa, con ese fervor de almas puras en busca de lo desconocido, y temerosos avanzamos hacia ese encuentro. Un hijo de él nos encontró afuera y nos dijo algo sobre que a su edad -casi 100 años- ya no recibía a nadie. Pero a nosotros no nos importó, porque fue en ese momento que de pronto con un gato en los brazos y con una vestimenta casual apareció el antipoeta, con una sonrisa y un andar entusiasta. Se dirigió hacia nosotros y nos preguntó quiénes éramos, nosotros explicamos brevemente nuestro origen y motivo, su sonrisa burlona nos trató con amabilidad y esos dos minutos y algo más, fueron exactamente lo que esperamos junto a la Den. Además, al despedirnos, nos dio su número de teléfono y nos dijo que la próxima vez lo llamáramos -porque en el siglo veintiuno la gente llama antes de visitarse- y yo le dije que la gente antes de visitarse primero debe conocerse, que eso venía antes de llamarse. Sonrió con gentileza, se despidió alegremente y le guiñó el ojo a la Den con la coquetería que solamente Nicanor Parra puede expresar. Nosotros ya estábamos más que pagados.

No recuerdo exactamente el orden de lo que vino después, pero lo que vino fue un almuerzo, la frase escrita en la servilleta, a propósito de algo que hoy no tiene mucho sentido pero se cumplió. Para no quedarme sin su piel en mi cara, me exigió afeitarme, así que en un momento -probablemente después del almuerzo- entramos a un negocio a comprar una máquina de afeitar, caminamos por la playa hacia las rocas y nos reímos mucho mientras me sacaba todo rastro de barba con el único motivo de que pudiésemos apoyar nuestros rostros sin dañar su delicada  y exagerada piel. No era la primera vez que una mujer condicionaba su cariño al acto de afeitarme, ni tampoco sería la última por aquel tiempo. No sé cuántas horas estuvimos acostados en la arena, pero lo suficiente para quedar impregnado de su aroma exquisito, el cual puedo recordar perfectamente mientras escribo esto. Quedarme en silencio junto a ella en ese lugar no fue algo que pude volver a repetir en otras experiencias, no digamos si las posteriores fueron mejores o peores, pero no al menos con esa tranquilidad. En el bus de vuelta nos abrazamos todo el trayecto, nos cantamos canciones al oído. Creo que llegó un momento en donde me sentí ridículo, aunque sabía que eso debía estimarlo como algo significativo, mi racionalidad que iba poco a poco consolidándose me indicaba que no era algo necesario, pero yo sabia que responder ante esos caprichos y sus detalles finalmente eran parte de su esencia. En una carta que le escribí desde Concepción alguna vez, le confesé que ella era precisamente el tipo de mujer de la que me encantaría enamorarme pero de la cual nunca me enamoraría. Sé que por alguna parte debo guardar los borradores de esas cartas. La última que le envié jamás me la respondió, se excuso en el colapso de los fines de semestre universitario, los mismos desde donde buscaba un lugar y momento en el que poder contar lo que iba aconteciendo en esos meses. Hubo otros momentos posteriores, pero nunca bajo la excusa llamada Nicanor Parra. También sé que nos prometimos que ninguno de los dos iría nuevamente a Las Cruces con el mismo objetivo sin el otro, y aquí confieso que un par de veces estuve a punto de ir junto a otras mujeres, pero que algo sucedía y lo evitaba. No sé si pasado los años a la Den esto le importaría, pero al menos de mi parte no me dejaría indiferente. Sé que hubo un momento natural en el que ya perdimos el interés el uno por el otro, y nuestra amistad se fue alejando junto a nuestras propias circunstancias. Pueden pasar varios meses sin acordarme de ella, incluso he llegado a olvidar su cumpleaños sabiendo que ella sería incapaz de olvidarse del mio, a pesar de que no me vaya a saludar. Ella siempre se acuerda de los cumpleaños de todos, en una habilidad maravillosa para recordar fechas de todo tipo. Pese a todo eso, nunca he vuelto a sentir el impulso de buscarla para compartir un momento, escucharla, buscar su siempre oportuna comprensión y su palabra elemental, es probable que su estado sentimental sea el motivo a inhibirme de eso, a lo lejos sé que pasa buenos tiempos, y que todavía no ha llegado una época en la cual escribir nuevos mensajes en otras servilletas, para constatar que de sus ojos siguen inconclusos los misterios de las amistades extrañas, de su cariño y de los días normales.



miércoles, 27 de agosto de 2014

la mejor frase de la semana sin que haya terminado

Te conozco hace menos de 24 horas, y ya te pedí el teléfono y te invité un café ¿voy bien? (risas)

miércoles, 20 de agosto de 2014

el ir y venir

Antes era mi amor platónico o algo por el estilo. Siempre me gustó su forma de describir las cosas que la rodeaban, las situaciones cotidianas que debía sortear y su continua melancolía al expresar algo definitivo. He visto su evolución o decadencia en las distintas etapas, y leerla hoy me resulta tremendamente aburrido, en ocasiones rayando lo absurdo y predecible. Sé que las personas vamos encontrando ideas acerca de lo nos dota de sentido y le entrega dirección a nuestras decisiones, pero comprobar que a pesar de que no ha perdido su talento, ha devenido en una mujer errática, sumamente voluntarista y pesimista, no me deja indiferente. Quizás el pesimismo no es algo tan criticable, pero en este caso pasa a tener un rol protagónico, porque todo lo que la rodea es impugnable excepto aquello a lo cual adhiere, y que en un tiempo más podrá decepcionarla, en caso de descubrir que lo idealizado no se ajusta a sus exigencias. 
Eligió precisamente refugiarse en esos lugares a los que a determinadas horas del día odia de alguna manera, seguida de esa tristeza adictiva a la que no puede dejar de lado. Es preferible quejarse sobre el acontecimiento del día y apuntar opiniones sin ponderación a cualquier cosa. En las mañanas frente al computador de su oficina, revisa los diarios y decide lo que hará, aunque las instrucciones que le han dado contemplan su casi completa libertad, no dudará un momento siquiera en plasmar algo de ese voluntarismo que tanto mal ha causado a su talento.
Lo triste es que ha elegido ser irracional, a ratos irreflexiva, a pesar de toda esa melancolía, a pesar de toda esa contemplación que tan bien suele retratarla en el momento en que mira una vitrina en la calle y piensa en algo que olvidó y no tiene importancia. Puede que el corazón roto del que suele presumir - porque presumir el desamor le entrega el status requerido para quienes deben tenerla en cuenta- no la deja finalmente ser libre como quisiera. En realidad no es libre por decisión propia, y da lo mismo el dinero que gaste en terapias alternativas o marihuana que le ayude a evadir esa tristeza que la daña antes de dormir, seguirá aferrada a esas consignas absurdas que la interpretan. De alguna manera todas esas consignas que rondan por las calles deben ajustarse expresamente a sus anhelos, ni un punto más ni un punto menos. Lo contrario sería amarillar. Amarillar no está permitido.
Lo que en realidad es vivir conforme a la prudencia, como decía Aristóteles en su idea de felicidad, para ella resulta todo lo contrario. Si alguna vez creyó en la felicidad, decidió olvidar por completo la opción de intenta buscarla. Eligió vivir para ganar derrotas, acumular esa frustración de una izquierda que nunca verá algo como lo que sueña. Esa izquierda de que la yo mismo escapé cuando advertí que mi lugar nunca fue abrazar la idea de perder por siempre. No se puede vivir como si todo fuese una derrota.

lunes, 18 de agosto de 2014

otro sábado

 Ayer venía por la ciclovía de Rosas como a las 8, y de pronto dos carabineros en moto por la vereda vienen persiguiendo a una señora peruana que corre con su carro en el que vende cosas y la imagen me parece tan violenta que me detengo, me bajo de la bicicleta y subo a la vereda. Los carabineros le indican que hasta cuándo le van a tener que decir que no siga en el lugar en el que se encontraba vendiendo, que busque otros espacios, y que haga caso de una buena vez. La señora con la cabeza agachada, muy agitada, responde que si, que no se volverá a repetir. Como mi naturaleza no me puede dejar indiferente ante estos actos, voy donde uno de ellos y le digo porqué este escándalo de salir persiguiendo a estas señoras por veredas. Que hay formas de proceder, que si acaso en la institución no les enseñan a guardar las proporciones en las cosas que tienen hacer para garantizar el orden público, incluso el hecho de que se trate de inmigrantes y ambulantes hace que todo parezca peor. Porque si se tratara de un inmigrante europeo rubio, ustedes no pasarían por la vereda de esta manera. Mi abuelo era Carabinero le indico, y estoy seguro que le daría pena ver algo como lo que acabo de ver. El Carabinero me mira sin decir nada y acelera en su moto. Y pienso: pacos culiaos sin criterio, conchasdesumadres. No he parado de pensar en esta imagen, en lo que significa, en lo fuerte que resulta para ellos tener que sobrellevar ese trato, que es algo que no se puede permitir. Nadie les enseña a ciertas autoridades a respetar a los ciudadanos, nadie les enseña lo que significa la dignidad. 

sábado, 9 de agosto de 2014

A comienzos de siglo

Fue el año 2000 o 2001, lo que vendría siendo quinto o sexto básico. No eran tiempos muy amables, mi adolescencia mental y problemas existenciales se habían adelantado algunos años, por lo que en vez de jugar N64 o computador y estar más pendiente de Dragon Ball GT en los ratos libres, gastaba muchas horas en pensar cosas que años más tarde me parecerían tremendamente aburridas. Mis papás se habían separado definitivamente o estaban en proceso de aquello, aunque ya mi papá, en los hechos vivía el norte. Creo que esa etapa explica mucho acerca de mi vida y mi forma de verla, porque ese rol forzado de ser el interlocutor de dos personas adultas que no se hablan, me ayudó a comprender lo cruel que resultaban ser los adultos, sobretodo cuando eran tus padres y no podían dejar su orgullo de lado, volviendo natural el que su hijo mayor asumiera una responsabilidad que no tenía sentido. Pero las cosas fueron así, y cuando en la actualidad mi mamá me presiona para hablar algo con mi papá, evado diciendo que mis hermanos hace rato que están grandes y pueden perfectamente encargarse de eso. En el fondo, es como una respuesta automática a ese rol forzado y esta especie de trauma que me generó. Ni siquiera he ido al psicólogo para saber estas cosas, tampoco gastaría tiempo y plata en eso, pero creo que explica mi miedo al compromiso amoroso. Por eso huyo de cualquier cosa que se parezca a una relación. 
Hay varias cosas que tengo como bloqueadas en estos años. Sólo sé que eran tiempos complicados económicamente, que vivimos muchas veces al límite y nos atrasábamos con los arriendos. Mi mamá trabajó un tiempo haciendo encuestas y yo iba a buscar al colegio a mis hermanos y les daba once. Sé que miraba mucha tele, pero también pasaba horas mirando el techo de mi pieza. También salía a mirar por el balcón. 
El asunto es que recuerdo un día específico. El clima estaba extraño, supongo que era como finales de abril/comienzos de mayo, porque a esa altura recién compraba esos libros que pedían en el colegio y que costaban de 10 a 15 lucas. Por supuesto que era plata que costaba juntar o que mi papá enviara especialmente para eso. Mi mamá siempre estaba preocupada de estas cosas, pero también asumíamos que iba quedando rezagadas en las prioridades. Había que asegurar las listas de mis hermanos chicos, y estaba bien que así fuese. Si mi mamá no hubiese estado peleada con mi abuela en ese tiempo, y nos hubiese dejado verla, es seguro que nunca me habría faltado nada. Porque mi abuela siempre nos ha salvado de todas, y de los momentos más complejos de esos años. No sé si mi madre ha comprendido sinceramente lo que eso significa, porque a veces denoto que en sus palabras no hay realmente una gratitud hacia ella. Aunque más bien, ese es un problema directo de ella con mi abuela, en lo que yo ni mis hermanos tenemos influencia alguna. 
Bueno, esa tarde. Tenía que ir a comprarme el libro de inglés, de esos que piden en los colegios particulares subvencionados, que nunca nos enseñaron mucho de inglés en realidad. Había un valor aproximado, digamos que algo así como 13 mil pesos. Decían que lo vendían en San Diego con Santa Isabel. Ya casi todo mi curso lo tenía, y eso de tener que mirar el libro de mi compañero para hacer las actividades ya se había vuelto bastante molesto para él y para mi sobretodo. Mi mamá ese día estaba en la casa, por lo que pude ir a comprarlo sin problemas. Así que partí en esas micros amarillas que ya no existen, y me bajé en la alameda con San Diego. Pregunté en todos los puestos y negocios, y estaba agotado. Caminé hasta Santa Isabel, y no quedaba ninguno. Las hordas de apoderados ya se los habían apoderado todos. Mi mala suerte de ese tiempo persistía. En eso un señor me dice que es probable que en una librería en Vicuña Mackena lo vendan. Yo no tenía mucha orientación en esas calles, pero caminé preguntando hacia donde debía ir. Como nunca había caminado por esas calles, todo era desconocido, y por tanto, extenuante el caminar. Es increíble pensar que ese día toda distancia me parecía algo interminable, y hoy lo que más me gusta es caminar esas distancias. Tenía hambre, y el precio que consulté en todas partes era menos de lo que andaba trayendo. Asi que pasé a un negocio y me compré una bebida y unas galletas. No recuerdo cuanto gasté, pero supongamos que en plata de hace diez años hayan sido quinientos pesos. Cuando llegué a Vicuña Mackena la librería que me habían dicho, ya estaba cerrada. Sentí una especie de frustración por todo lo que me había costado llegar hasta ahí caminando. De pronto vi que más allá había otra librería, así que con harta ilusión entré y pregunté por el libro. Costaba 3 mil pesos más que en todas partes. Me faltaban dos mil quinientos pesos para comprarlo, y tuve un semi arrepentimiento. De no haberme comprado cosas para comer me habría faltado menos, pero de todos modos no habría podido comprarlo. Lo bueno es que ya no tenía hambre. Creo que en la ponderación el hambre podía justificar incluso quedarme sin libro y regresar a mi casa sin él. Pero también sabía que al otro día tenía inglés, y no podía soportar un día más mirando el libro de mi compañero sabiendo que ya tenía la plata para comprarlo y que había llegado hasta ahí. Hablé con el señor de la librería y le dije si podía venderme el libro y le dejaba mi carnet de identidad, que podía volver al otro día y pagar la diferencia. El señor me dijo que no. No sé cómo pensé eso del carnet de identidad, ahora que lo pienso nunca vi eso antes, o si lo vi no lo recuerdo ni ahora, ni lo recordé en ese momento. Así que pensé un rato sentado en la escalera de la entrada de un edificio. No podía volver a la casa con las manos vacías, era algo demasiado frustrante. Así que como no tenía ninguna vergüenza, me decidí. Esto era algo que veía a menudo en todas partes, y pensaba que como era niño la gente no me iba a decir que no. Me fui a parar afuera del metro a pedir plata para poder volver a mi casa. Al principio la gente no me escuchaba porque hablaba muy bajo, pero de a poco comencé a tomar confianza y ya si me hacía escuchar. No sé cuanto rato pasó, pero en un rato junté un poco más de tres mil pesos. Volví a la librería corriendo pensaba que la podrían cerrar en cualquier momento y el señor estaba bajando la cortina y colocando los candados. Cuando le dije que por favor me vendiera el libro, el señor me dijo que volviera al día siguiente a las 11 de la mañana cuando abriera, y ahí le dije que por favor necesitaba el libro, que tuve que ir a pedir plata afuera del metro para no llegar a mi casa sin nada. El señor me quedó mirando, le di lástima seguramente, y abrió el negocio. Me dejó el libro a un menor precio del que tenía y me regaló un libro de crucigramas para que me entretuviera en la micro. Me subí a una 361, sonaba una canción de Camilo Sesto, no recuerdo cuál era, pero era Camilo Sesto. Me senté en la última fila al lado de la ventana. Y volví a mi casa con la satisfacción de haberlo logrado, y con dos lucas en monedas macheteadas fuera del metro. 

jueves, 7 de agosto de 2014

foto mental

El sábado pasado estuve todo el día en la biblioteca y no almorcé, así que tuve que pedalear hasta los completos de plaza de armas para comer algo que al monstruo que vive en mi estómago dejara contento. Ya cumplido mi propósito, de pronto vi una imagen con la que podría resumir los tiempos que corren por un país que comienza a convivir con su nueva riqueza. Un hombre negro viene caminando por el paseo ahumada, en medio de un ataque de risa y lleva un gorro negro con la bandera y la palabra Chile. 
Mientras pedaleo apurado rumbo a la junta dos cuadras más allá en el ex congreso, pienso en no olvidar aquella imagen, porque bien podría ganarse un premio de fotografía pero tan sólo es un instante preciso en el que atravieso compañía con ahumada en bicicleta un sábado cualquiera, y aunque todo se acerca a un lugar común o a una columna de opinión en donde se habla de los problemas sociales y jurídicos de la inmigración, acabo de ver el rostro humano y la dignidad que significa una especie de complejidad que el lenguaje y la técnica olvidan en su intento por dar respuesta a algo que siempre lo ha tenido.

martes, 5 de agosto de 2014

Una perdida

Fue hace algunos años. Una mina me dice que está sola en su casa y veamos una película. Yo le respondo, exento de todo gen maligno, pucha es que ya vi esa película. Debe haber pensado en lo ridículo que fui en esa respuesta. No imaginé que la película era una excusa para terminar teniendo sexo, apenas me limitaba a pensar que esas cosas pasaban solamente en las pornos o a la gente bonita. Y frente a ella, no me sentía llamado a una excusa para eso. Ya no tengo miedo a decirlo con las palabras que corresponden: así es como uno se farrea una cacha segura.



lunes, 4 de agosto de 2014

De lo simple

Juntarse a compartir y conversar con otra persona debe ser de las cosas más simples y máximas que hay en la vida moderna, y en la vida de cualquier época en realidad. Aunque a nadie le parezca algo significativo a priori, el solo hecho de coexistir en un espacio mutuo por un tiempo determinado, preciso y elocuente se traduce en un motivo '¿acaso habrá algo que se le compare? 

Se requieren tan solo dos personas, un espacio, un lenguaje y un asunto sobre el cual divagar sin ir más lejos que la escena respectiva.

Si a eso le sumamos comida, algo de beber y acontecimientos para recordar o a los cuales proyectar el tiempo para lograr un recuerdo, ya logramos la excusa para volver al encuentro. 

En tiempos en donde todos parecen correr de un lugar a otro sin perder espacio significativo en cosas que no justifiquen los objetivos racionales, cada lunes se transforma en la forma de darle sentido a comenzar la semana junto a lo más simple y hermoso de vivir por estos días: sostener una conversación espontánea.