viernes, 19 de diciembre de 2014

Claramente ese día tomé menos precauciones que de costumbre. Aceleré mi salida de tal manera que ni siquiera advertí que el portazo sobrepasaría los estándares de los portazos urbanos. Hubiese preferido que se debiera a un ímpetu mayor, y no a una especie de desaliento. Hay días en que me subo al metro más contento que en otros, y no es por un motivo en particular. Tengo claro que es algo común y que le sucede a millones de personas en el mundo diariamente. Ese día estaba contento porque había dimensionado que estaba haciendo lo correcto. Lo que no esperé estar haciendo en otro tiempo, algo así como recuperar una época a la que no dediqué parte del entusiasmo. Por suerte el entusiasmo no se irá en harto rato.

A pesar de eso, el hecho de que las personas no dejen bajar antes de subir a los vagones me provoca un malestar diario. Esa idea de que todos deben salvarse solos sin importar que las reglas buscan el bienestar de todos. Me subo rápido para lograr llegar donde quiero, no me importa si el otro necesita bajar para que quien respeta la regla del bienestar tampoco pueda subir a tiempo. Ese día tuve que por motivos de urgencia, y luego de dejar bajar antes de subir, subir tan a prisa que quien estaba en una posición más cercana a la puerta quedó abajo, y fue un hecho que me produjo tal desaliento, pues pasé a ser aquel que tratando de salvar su espacio dejó a otro fuera. El metro de Santiago en las mañanas es mucho más representativo de como es la sociedad moderna, que otros elementos aparentemente ilustrativos. 

martes, 9 de diciembre de 2014

1. El otro día dediqué la mañana a limpiar el jardín del departamento. Me di cuenta que quiero vivir esa tranquilidad de tener mi propio espacio para dedicarle horas a un jardín trabajado con cariño y dedicación, y con los nombres que de manera obsesiva elijar mientras me desplazo de un lugar a otro en el ajetreo de esa semana. Plantas y perros, muchas plantas y perros suficientes. 
Los libros, las plantas y los perros. Los vinos, el té, los quesos. Algunas fotos y mejores anécdotas. Ciertas risas de fondo, llamadas a poner la mesa, retos y conclusiones. Cosas que pueda elegir libremente y sin atajos ni inclemencias. Suena sencillo, pero por estos tiempos debe ser lo más difícil.

2. Es contradictorio caer en la desesperanza del ser humano y su misión para esta época, pensando que no hay vuelta a una supuesta decadencia y el futuro es peor de lo que se cuenta, y al tiempo poner todas las esperanzas en trabajar por un mejor país, porque precisamente la capacidad de creer en el hombre y su destino son más fuertes que la desesperanza. Esa suerte de pesimismo y optimismo es un espacio que habitamos a diario sin advertir. Moviendo la cabeza en sentido de reproche, considerando ese agradable momento en que una sensación de alegría nos recorre el cuerpo ante el hecho de dimensionar que otro mundo es posible. Imagino a esos hombres que morían en un campo de batalla, pensando que hacían lo correcto, pese a todo, el deber era dar la vida de ser necesario. 

3. En qué estriba la vida de un pequeño niño cubano que vivirá en un ambiente de pobreza pero con la seguridad de acceder a lo mínimo para sobrevivir y la del pequeño niño estadounidense que nacerá rodeado de todo lo necesario para acceder a una buena calidad de vida pero el ingreso de sus padres determinará si ella es mayor o menor. Dirán que el nacido en Cuba estará libre de los males de una sociedad enferma como la de Estados Unidos, mientras que el segundo jamás vivirá en una sociedad en donde lo más importante no esté entregado a los aspectos mercantiles. La guerra fría siempre fue una ficción de fuerzas que quisieron mostrar dos mundos posibles que tarde o temprano terminarían por desmoronarse. Las evidencias de uno y otro siguen vigentes, y la supervivencia del bando vencedor apenas depende de un par de condiciones que no en mucho tiempo dejarán de existir.