Es difícil imaginar un país sin riquezas. Un país sin la
visión práctica de sacar provecho de una actividad económica determinada y
específica para el desarrollo de sus habitantes y su calidad de vida. Las
formas que se adoptan pese a ser variadas siempre coinciden en la noción del
bien común y en la interpretación que tienen sobre él las políticas públicas
que se van adoptando. Detrás de eso vienen acechando la libertad, el
emprendimiento, la distribución de los ingresos, la idea de un Estado fuerte y
activo o pequeño y limitado, y así tantas otras cosas que es difícil hacer un
análisis breve para explicarlo.
Lo cierto es que Argentina es un paciente cuyo caso médico
es bastante atractivo de diagnosticar, pues la visión de cada médico no está condicionada
sólo por la medicina en este caso, sino que por los otros síntomas de supuestas
enfermedades modernas, y las cuales padece
dicho país según varios especialistas. Pese a que es urgente mandar a los
economistas a estudiar historia y filosofía y a los políticos a una sala de
clases de un liceo municipal con mayoría de alumnos socialmente vulnerables, es
importante que en nuestro país se abra la discusión acerca de estos temas.
Me voy a saltar todo ese cuento del elefante, CFK y los
dimes y diretes entre Repsol y las autoridades del país vecino, para ir al tema
de fondo: ¿Es legítimo que los países decidan soberanamente ser dueños de los
recursos naturales de sus territorios y de las riquezas derivadas de su
explotación? ¿Es justo que las
utilidades de una industria de importancia nacional y estratégica asegure el desarrollo armónico de una sociedad
en general, y no sólo del grupo económico que la dirige? ¿Tendrán los
habitantes de este país el derecho a soñar con el progreso integral de nuestra
sociedad y a ser partícipes deliberativamente de estos temas? ¿Será el momento
de irrumpir en la mesa donde se toman todos los acuerdos? ¿Estarán ustedes
dispuestos a contribuir desde el lugar en que se encuentren primero a la
discusión y después a la proyección de lo que lleguemos a decidir? ¿Dejaremos
de ser y sentirnos chilenos sólo cuando juega la selección, la teletón, los terremotos y en el dieciocho?
La mayoría de los que cuestionan absolutamente la decisión y
que vaticinan un desastre económico al
otro lado de la cordillera suelen coincidir con ser los mismos que olvidan
nuestra historia reciente. Los que hayan leído el libro de María Olivia
Monckeberg “El Saqueo de los grupos
económicos al Estado chileno” lograrán darse cuenta que los nombres suelen
repetirse una y otra vez, y nadie dice nada. Tanto juicio histórico respecto a
los derechos humanos y su violación durante la dictadura nubló la situación
paralela que se desarrolló y cómo un grupo reducido de personas fueron capaces
de aprovechar una situación fáctica para proceder a robarse Chile, ni más ni menos. Cuesta entender
esa inconsecuencia para hablar de las grandezas nacionales mientras se
traicionan esas mismas palabras y se justifican en que hoy somos 8 veces más
ricos que nuestros abuelos, lo que habilitaría a perpetuar un modelo de gestión que sólo acrecenta
desigualdades y centraliza y concentra las riquezas en un lugar del territorio
y en un grupo de familias.
Nadie está hablando de crear una industria nacional y productiva
de un día para otro, ni tampoco de llegar y empezar a renacionalizar el cobre y
otras actividades que pueden ser consideradas como estratégicas. Estamos
hablando de algo más complejo y oportuno de plantear, estamos hablando de un
proyecto estratégico de desarrollo nacional. En el que le decimos a los
extranjeros que Chile es un país seguro para invertir, pero en el que es deber
actualizar los estatutos que dirigen esas inversiones y que si quieren venir a
multiplicar su dinero deberán someterse a condiciones similares a la de otros
países en los que hace décadas decidieron aquello que aún nosotros somos
incapaces de siquiera plantear decididamente.
El mundo ya no es el de los tiempos de Aguirre Cerda ni está
sujeto al contexto histórico de los tiempos de Frei Montalva y Allende, pero se
encuentra ad portas de sufrir grandes transformaciones. Por lo pronto Chile
debe aprender mucho del caso argentino. En primer lugar debe entender que los
procesos implican sacrificios y que las determinaciones si bien pueden ser
drásticas, no por eso deben saltar su normativa, regulación y mucho menos darle
una connotación político partidista única a un tema que es nacional,
contingente y transversal. Luego debe
comprender que es necesario un
cuestionamiento previo de su ciudadanía en torno a los medios de comunicación,
centros académicos e investigación de todos niveles y vida cotidiana que sea
capaz de remecer al país entero. De ello debe derivar una expresión política
pluralista que sea capaz de encausarla y llevarla a efecto. Además todo eso
debe ser realizado en un tiempo razonable y no cuando se lo hayan llevado todo.
Así se va construyendo el país de todos al estilo Plan Z.
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