lunes, 2 de abril de 2012

Lo asesinaron, pero sigue vivo


Para contrariar todo lo que se ha dicho, era un pensador práctico. De otro modo es imposible pensar que lo que escribió y defendió sobre el respeto irrestricto de los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, no tuvieran ningún valor al momento de justificar ideológicamente la violación sistemática de los derechos humanos perpetrados a partir del golpe militar. La oportunidad propicia para  la creación de una institucionalidad que él junto a otros pocos y designados redactaron a partir del Decreto Ley 128 del 12 de Noviembre de 1973. Todo como una obra perfecta de esa vieja costumbre republicana de arrogarse el Poder Constituyente del Pueblo.
En su ideario político la libertad y la autoridad siempre tuvieron manifestaciones algo difícil de comprender. Heredero de una concepción conservadora de rama corporativista y que sería abandonada posteriormente por una neoliberal  a partir de Hayek y la Escuela de Chicago, niega a la democracia el rol preponderante que debe poseer. Para Guzmán la democracia es sólo un instrumento, de ahí que se oponga a todo lo que diga relación con el constructivismo social. Eso explica que el contitucionalismo que propugna sea uno autoritario, expresión de una democracia representativa rígida y a esta altura de nuestra historia, verdaderamente anacrónica.  
En su aspecto político fue más consecuente. Dijo las cosas por su nombre cuando tuvo que defenderlas, y no le importó entrar en discusiones con autoridades eclesiásticas o políticas de ese momento, pues dada su astucia y carisma, fue capaz de ganarse el respeto de quiénes lo rodeaban. Como ser así en Chile para bien o para mal trae problemas, Guzmán los tuvo y mira como vino a terminar todo.  El mérito de su obra tuvo una expresión política que hoy nos desborda por todos lados: la UDI. El partido político más grande que existe hoy y que ha logrado penetrar  los distintos estratos sociales a través de una propuesta interesante para mucha gente desinformada, y consignas de corte populista que nunca serán reconocidas por ellos como tal, pero que el solo hecho de autodenominarse UDI popular los vuelve partícipes de ello. Eso se ve favorecido por todo el despliegue fáctico que representa a través del poder económico, la influencia de todo tipo de sus líderes y simpatizantes  y el factor pragmático de Jaime Guzmán que sigue alojado como un hijo obediente que sabe cuando comerse toda la comida y lavarse los dientes.
Podrá ser un partido objeto de críticas permanentemente, pero su posicionamiento en esta parte de la historia es indiscutible. Tanto como el aporte que hizo su fundador al país y que Concertación más Concertación menos, nos persigue como el espíritu que le habla a Longueira de vez en cuando.  Defender arduamente la libertad, cuando se trata de liberalismo económico; pero oponerse a un verdadero liberalismo político y más grave aún, a una verdadera libertad moral de sus ciudadanos.  Sustentar su visión en el emprendimiento traducido en crecimiento económico, empleo y un Estado pequeño, y oponerse a otras alternativas redistributivas de la riqueza, de la construcción social permanente y de una democracia más profunda. Por eso en el ejercicio cotidiano de las discusiones mediáticas usted puede ver a una UDI partidaria de la rebaja o eliminación del impuesto específico de los combustibles (UDI popular, pragmatismo Guzmaniano, respuesta ideológica) frente al rechazo de discutir temas como el aborto terapéutico (UDI conservadora, que no le importa imponer sus preceptos morales a los que piensan distinto) o la necesidad urgente de un salario ético y digno para las familias, y no esas medidas paliativas impulsadas por Lavín en el Ministerio de Desarrollo Social (UDI dominada por criterios economicistas, y no humanistas como en el caso del aborto).
Su asesinato es digno de una columna mucho más extendida, pero basta decir que no existe una única respuesta para explicarlo. Metafísicamente todo tiene una causa y efecto, su causa es el apoyo irrestricto a los actos deliberados durante la dictadura y su voluntad permanente para proteger a quiénes participaron de ellos, desde todas partes, ensuciándose o no las manos. El efecto es lamentable y en la construcción de una mejor sociedad  no debe volver a repetirse. Eso debe quedar como una lección para moros y cristianos.
Lo que resulta curioso es que 21 años después,  en un acto de lealtad, memoria y fidelidad, los miembros de su partido pidan justicia con tanto fervor para que los responsables de este crimen no queden impunes. Ojalá hubieran tenido la misma energía cuando se trató de hacer justicia contra Pinochet y otras personas implicadas en tantas caravanas de la muerte y la tortura, que quedaron sin justicia, y que ellos en su defensa incólume justificaron y de las cuales se volvieron cómplices por el resto de la historia.