martes, 22 de febrero de 2022

Después de varios años

 De alguna forma nos hemos ido acostumbrando a esta inercia. Incluso culpando a la pandemia de cosas que nunca se habrían visto alteradas. Nadie podría decir que no ha hecho trampa. Toda persona tarde o temprano usará esa excusa como argumento. Antes de la pandemia igual dejamos de querer a gente que nos quiso. Incluso, tuvimos el desasosiego de pensar que nos iban a querer por ser lo que fuimos prometiendo algo que nunca seríamos. Y la vida fue tan mediocre como prometedora a su ritmo. Luego, dejamos que ese ritmo nos dominara por completo, y nos encogimos de hombros o suspiramos mientras terminábamos de lavar la loza pero faltaban todavía las ollas.

Ahora, que retomo este ejercicio de escribir mientras caen las horas, habiéndome preparado inconscientemente para verter un cúmulo absurdo de palabras en archivos, caigo en cuenta que no había otra manera de hacerse cargo de lo que duele incluso donde nadie sospecharía que duele. No escribir es una traición estricta. Es un harakiri en donde ni siquiera defendemos nuestro propio honor. Es el equivalente a suprimir el fuero interno en medio de las confusiones diarias y los estímulos que pululan en los trayectos. Cuando trato de comprender qué fue lo que me pasó, de solo pensarlo termino escribiendo. Es un acto reflejo, un destello de la naturaleza propia que trata de acomodarse y se siente raro. Fueron demasiados años tratando de negarme a decir algo que valiera la pena, pensando que quizás solo volvería a plasmar cosas que tuviesen cierto grado de trascendencia, cuando el solo hecho de estar aquí supone haber prevalecido a tempestades y al nihilismo. Creo que esto ya lo dije antes, probablemente de otra manera, pero fue dicho.  Sucede que trato de leerme y no puedo creer que mis expresiones sean tan estructuradas, incluso cuando improviso algo en este blog. Existe una impostura de abogado que no permite que la persona en situación de escribir emprenda vuelo y por fin sea libre. El abogado no me deja disfrutar completamente lo que se dice, como si todo tuviese que tener un propósito encaminado a resolver un problema, a dar respuesta a un conflicto o a simplemente coexistir en un mundo en donde todo tiene que tener alguna utilidad o es condenado a ser invisible. Y hoy después de varios años, ya no tengo miedo a tener que decir algo. Aunque ese algo esté totalmente desligado con lo que sea útil, con lo que sea visible, con lo que tenga algún grado de importancia para alguien que no sea simplemente yo detrás de un computador a deshoras. 


No hay comentarios: