viernes, 14 de octubre de 2011

La poesía lo es todo (1)

Desde que me levanto en las mañanas hasta ese momento en el que vuelvo a cerrar los ojos esperando volver a levantarme la próxima. Esos intervalos de tiempo en que miro por la ventana, o el cielo, o a través de una hoja enrollada y veo lo que quiero. Son los puentes, los caminos, el instante de flashback entre una canción y un momento del pasado, la risa contagiosa de mis hermanos, los perros callejeros, las rayas de las veredas y todos los detalles de la vida cotidiana que me obsesionan positivamente. Lo que me hace feliz. Lo que me soporta. Lo que quiero comprender incluso en lo que aparentemente suele ser incomprensible. La cantata de puentes amarillos de Spinetta y esa pequeña libreta en la que anoto mis frases antológicas y definitivas. Es la palabra menguante cuando quiero salirme del contexto. O cuando el contexto determina la volatilidad de mi valoración personal en los demás. Cada color de mis banderas favoritas, esas que con la mayor rigurosidad posible dibujaba en las últimas páginas de mis cuadernos. Incluso la de Arabia Saudita que fue la que más dolores de cabezas provocó.
Son esos instantes en que subo a una micro, o a un bus o medio de transporte en general y mi mente automáticamente pasa a otro lugar completamente abstracto. La música como una compañera fiel y curvilínea. La literatura como la piedra angular. La política un amor imposible que es posible y un placer culpable simultáneamente. Bajar en las mañanas a buscar el diario y subir corriendo a leerlo. La ansiedad que antecede a los grandes compromisos. Esa que describía el mismo Bielsa alguna vez justamente en Concepción. Todos esos días infinitos en los que parece que la vida tiene más sentido que nunca. Creer o no creer.
Los sueños, que por más sencillos sean, son sueños al fin y al cabo. Mis cuadernos en el librero, los que ya se completaron con el tiempo y los que llenos de hojas en blanco esperan ser superados. Anhelan que la tinta los inunde y los desborde. La vida sin ir más lejos.
La guitarra y la constancia en su aprendizaje me hicieron llegar a tocarla definitivamente. Era mi sueño y lo cumplí. Séneca. Los estoicos. Confucio y Shakespeare. Nicanor Parra y Roberto Bolaño. Mi abuelita que me enseñó a sacarme la cresta por lo que quería. Mi abuelita que merece que le escriba toda mi gratitud en un poema. Mi Padres que me enseñaron sin querer todo lo que no tenía que hacer en la vida. Todo el amor que tengo por ellos, y todo lo que nunca les he dicho. La poesía de los días difíciles, la de la adversidad. La que respira la hostilidad y se anima sola a luchar por cada una de las razones. La que te espera hace caleta. La que te sigue esperando. La que un día te verá llegar de la mejor manera.
La de las conclusiones, enfermedades, respuestas, nomenclaturas, décimas, pócimas, etimologías. La que me abraza cuando necesito su abrazo. La que me saca la lengua cuando se hace urgente la burla. La que se libera de todas las ataduras. La que rompe estructuras establecidas. La que en voz baja te dice al oído lo que quieres escuchar. La de las fotografías con mensajes subliminales. La que se llena de emotividad y explota en una extraña mezcla. La que ve en la melancolía un espacio temporal y vital. La que hace un brindis por el buen vino. La que se toma en vasos chicos, la que se toma sin hielo o con bebida. La de mis amigos que saben. La de los que no saben tanto pero son buena gente. La de los cuicos, rotos, fachos, upelientos, moderados, ultrones, neutrales. La que cuenta la historia con una visión particular.
La poesía como el mejor de los fusiles, el arma infalible. La que fue capaz de vencer a tantas dictaduras y a tantas injusticias. La poesía de las redes sociales. La del subjetivismo que intenta posicionarse nuevamente. La poesía que habla de tus ojos, de tus manos, de tu pelo, de tu sonrisa y tu cordura. La que desata tu locura, tu frenesí y te excita. La que pretende ser mejor de lo que es para terminar siendo algo que nunca creyó.
Desde que cierras los ojos y te sumerges en esos parajes desconocidos y misteriosos. La que sube como espuma y se derrite en el verano. La que viene envasada con información nutricional. La que asume conductas modernas y contradictorias. La que construye y destruye en el mismo acto. La que me despierta en las mañanas y me lleva corriendo a donde quiero. La que me entrega la claridad suficiente para afrontar todos los asuntos. La que me compromete con mi tiempo histórico y me lleva a luchar por lo que considero justo. La que me hace amar a las cosas simples. La que me hace concluir que soy feliz porque tengo más cosas de las que necesito para serlo. La que me hace morir de entusiasmo y vivir de anhelos. La que me llevará a hacer todo lo que quiero. La poesía lo es todo.