miércoles, 20 de agosto de 2014

el ir y venir

Antes era mi amor platónico o algo por el estilo. Siempre me gustó su forma de describir las cosas que la rodeaban, las situaciones cotidianas que debía sortear y su continua melancolía al expresar algo definitivo. He visto su evolución o decadencia en las distintas etapas, y leerla hoy me resulta tremendamente aburrido, en ocasiones rayando lo absurdo y predecible. Sé que las personas vamos encontrando ideas acerca de lo nos dota de sentido y le entrega dirección a nuestras decisiones, pero comprobar que a pesar de que no ha perdido su talento, ha devenido en una mujer errática, sumamente voluntarista y pesimista, no me deja indiferente. Quizás el pesimismo no es algo tan criticable, pero en este caso pasa a tener un rol protagónico, porque todo lo que la rodea es impugnable excepto aquello a lo cual adhiere, y que en un tiempo más podrá decepcionarla, en caso de descubrir que lo idealizado no se ajusta a sus exigencias. 
Eligió precisamente refugiarse en esos lugares a los que a determinadas horas del día odia de alguna manera, seguida de esa tristeza adictiva a la que no puede dejar de lado. Es preferible quejarse sobre el acontecimiento del día y apuntar opiniones sin ponderación a cualquier cosa. En las mañanas frente al computador de su oficina, revisa los diarios y decide lo que hará, aunque las instrucciones que le han dado contemplan su casi completa libertad, no dudará un momento siquiera en plasmar algo de ese voluntarismo que tanto mal ha causado a su talento.
Lo triste es que ha elegido ser irracional, a ratos irreflexiva, a pesar de toda esa melancolía, a pesar de toda esa contemplación que tan bien suele retratarla en el momento en que mira una vitrina en la calle y piensa en algo que olvidó y no tiene importancia. Puede que el corazón roto del que suele presumir - porque presumir el desamor le entrega el status requerido para quienes deben tenerla en cuenta- no la deja finalmente ser libre como quisiera. En realidad no es libre por decisión propia, y da lo mismo el dinero que gaste en terapias alternativas o marihuana que le ayude a evadir esa tristeza que la daña antes de dormir, seguirá aferrada a esas consignas absurdas que la interpretan. De alguna manera todas esas consignas que rondan por las calles deben ajustarse expresamente a sus anhelos, ni un punto más ni un punto menos. Lo contrario sería amarillar. Amarillar no está permitido.
Lo que en realidad es vivir conforme a la prudencia, como decía Aristóteles en su idea de felicidad, para ella resulta todo lo contrario. Si alguna vez creyó en la felicidad, decidió olvidar por completo la opción de intenta buscarla. Eligió vivir para ganar derrotas, acumular esa frustración de una izquierda que nunca verá algo como lo que sueña. Esa izquierda de que la yo mismo escapé cuando advertí que mi lugar nunca fue abrazar la idea de perder por siempre. No se puede vivir como si todo fuese una derrota.