domingo, 13 de septiembre de 2015

Notas sobre el once

Nunca vamos a dejar de reflexionar acerca de lo sucedido el 11 de septiembre de 1973. Por lo que hay que acostumbrarse a la idea de que en todo tiempo habrá algo que decir, aunque de pronto parezca que el ambiente se ha construido sobre una suerte de revancha de revelar todo aquello que estuvo por mucho tiempo en secreto y que vuelve a cada tiempo a recordarnos que no es posible tener una futuro si antes no somos capaces de recordar el horror y la maldad, de seres humanos que pensando estar haciendo lo correcto fueron capaces de arrastrar a sus semejantes a las peores atrocidades e injusticias. 
A lo que no tenemos porqué acostumbrarnos es a este revisionismo que sobre la base de una interpretación deshoneasta busca simplemente justificar los errores humanos, previos y posteriores al golpe. A eso, es necesario que las nuevas generaciones y de paso a la que pertenezco sean capaces de ir en su reflexión un poco más allá de aquello que nos duele, o de este reduccionismo patente que a veces como respuesta al relativismo no somos capaces de enfrentar como corresponde. Para una sociedad que con el pasar de las décadas se volverá a repolitizar, es importante no dejarse caer en las explicaciones simples, que de tiempo en tiempo nos tratan de convencer que había una derecha fascista, sediciosa y profundamente antidemocrática que buscó por todos los medios derrocar al gobierno de la Unidad Popular quien solo estaba ejecutando un programa que tenía todo el derecho a llevar adelante porque estaba legitimado por el sistema democrático de ese momento, y pensar que basta con limitarse a eso para la tranquilidad de quien levanta una bandera y repudia el resultado. Tampoco podemos dejarnos arrastrar por aquella idea de que todo era inevitable, de que era una tragedia que obedecía al contexto de una época de fuerte polarización, de sistemas e ideologías que se enfrentaban en todos los terrenos posibles, y que frente a la situación de caos, quebrantamiento de la legalidad y desestabilización los militares tuvieron que intervenir para cumplir el rol que les compete. Esa idea de que eran ellos o nosotros, a fin de cuentas siempre nos terminará llevando al precipicio, en que quien se mueve más lento o piensa doblemente, no logrará sobrevivir. 
Lo que fracasó en ese tiempo fue la política y los hombres que cotidianamente hacían su vida de ella y para ella. Las imágenes y la nostalgia que culturalmente hemos ido desarrollando la última década, en esta razonable catarsis de interpretaciones y representaciones sobre un mismo hecho, nos ha despojado de ese espacio en que los políticos del chile actual y del que se asoma en sus conflictos, actúan con responsabilidad de no llevar la disputa legítima a una batalla con distinciones absurdas, en donde lo ideal arrasa lo posible sin pedir nada a cambio y quienes motivados por la convicción  más pura y auténtica, no logran apreciar las consecuencias que ese actuar logra en el devenir. La democracia sigue siendo el único e imperativo camino a transitar para desarrollar las ideas políticas y deliberar sobre las diferencias. A algunos esto último se les olvida a diario, considerando que la idea del otro de quien goza de buen argumento, puede ser ridiculizada en falacias de todo orden, y que por el contrario, sostener las ideas desde una honestidad intelectual es lo único que permite distinguirnos sin hacernos daño ni provocar una innecesario resentimiento, cultivando el prejuicio, enarbolando la ignorancia, quedandonos a vivir en todo lo que nos separa de la fraternidad. 
Si la Unidad Popular hubiese sido capaz de comprender que el tercio de los votos no era una mayoría por más legítima que fuese ganar esa elección, si la DC hubiese sido capaz de hacer una oposición en que podía defender la democracia distinguiéndose de la derecha y no cediendo ante el cálculo pequeño electoral, si la derecha hubiese sido capaz de no avalar todo ese horror ni de aprovechar a toda costa las condiciones para contribuir a la justificación de la que no pueden y que les costará 20 años más sacudirse. Si quienes podían evitar llevar el sistema político al despeñadero hubiesen comprendido que por más justas fuesen sus ideas, debían renunciar a parte de ellas para salvar a la misma patria que juraron defender, porque en ese clamor y en la pasión por las ideas y la esperanzas de lo que será transformado, estaba también el rostro de ese pueblo que merecía una historia diferente, de los inocentes que sufrieron las consecuencias de los irresponsables, de los traidores, de los inescrupulosos. 
Mi generación política anhela algo diferente, pero al poco andar no es capaz de leer bien los signos de este pasado reciente, y la mayor parte del tiempo no es tanto por ignorancia, sino por el mismo voluntarismo que padecieron los políticos de entonces, y aunque puede sonar desalentador manifestarlo así, en realidad es precisamente el motivo por el cual uno debe dedicarle su vida a la política, porque por más impopular resulte decirlo, por más amarillo les parezca a quienes solo dicen que buscan cambiar las cosas a toda costa y sin renunciar a nada en ese avance, el mundo de lo único que ha sido testigo después de varios siglos, es que solamente políticos con la suficiente prudencia y determinación logran consagrar un legado de orgullo para la siguiente generación, a pesar de que esta última deba romper parte de una tradición, rebelarse ante las miserias de su tiempo y deposite sus certezas en cuestionas tan livianas que solo con el envejecimiento serán capaces de valorar como es debido.