domingo, 26 de julio de 2015

26

Hace tiempo que no me pasaba esto de padecer aquella enfermedad en que no se puede dejar de pensar en la misma mujer durante todo el día. Tampoco puedo sacarme de la cabeza la bandeja paisa de la tarde, ni las asignaciones forzosas ni el color de su bufanda al viento.



miércoles, 8 de julio de 2015

Sábado 4 de Julio de 2015

Despierto en medio de la madrugada, miro la hora en el teléfono, 04:12 del 4 de julio, trato de seguir durmiendo. No puedo. Me levanto en busca de un vaso de jugo al refrigerador, y siento a lo lejos un C-H-I de un grupo que va pasando por la calle, seguramente borrachos. Procedo a seguir durmiendo, imaginando en las celebraciones que estallarán en caso de que Chile gane la Copa América y desaparezco del despertar. 
Me levanto raudo a la ducha, a mis apuntes, destacadores, lápices, mochila y pedaleo a la biblioteca. Logro concentración por unas horas y luego me rindo, con la radio del celular prendida en ADN, con muchas letras encima de la mesa que se esfuman y se resisten a ser leídas. Parto a la Fuente Mardoqueo a calmar la ansiedad con un lomito palta mayo. El bus va saliendo de Pinto Durán, en la tele muestran las banderas de Farkas, repasan los goles de Chile, la formación de Argentina, las encrucijadas y marañas que se esconden en una final inolvidable. Estoy dubitativo entre partir al lugar donde había tenía planificado ver el partido o improvisar algún lugar tranquilo. Intranquilo, pedaleo hacia el Parque de los Reyes escuchando la radio, viendo los autos que pasan con hinchas bocineando con sus camisetas, hasta un perro camiseteado se deja ver entre los pastos. En el parque Renato Poblete, hay poca gente, faltan 40 minutos, le doy una vuelta y saludo al padre en su estatua. Aquel catolicismo oportunista apela a su figura, expresándole en silencio mi deseo de ver a Chile celebrar de norte a sur. Un pueblo tan sufrido y acostumbrado a las frustraciones deportivas, merece que la excepción a ello sea realidad. Al cabo, no se trataría de un milagro, pues las circunstancias han permitido llegar a una final jugando un fútbol merecedor de ello. Messi ha ganado tanto y lo seguirá haciendo, que este debe ser el día en que desaparezca de la cancha, y me alejo. Pedaleo hacia el lugar y zigzagueo por calles distintas esperando encontrar señales de lo que sucederá, leo calles, número de casas, publicidad, cualquier rastro en que pueda encontrar una respuesta. Estoy frente a un televisor, tomo sprite, no escucho a quienes hablan a mi alrededor. Me abstraigo de cualquier distracción, y apago la radio para ver la transmisión sin adelantarme. Deben haber pasado 8 horas por mi mente. En el alargue tengo un pequeño ataque al colon, que es superado gracias que el entusiasmo que experimento es mayor a la ansiedad, incerteza. Es en el momento en que pita el árbitro, y nos vamos a penales cuando se va el dolor, y por el contrario, presiento la fiesta, la misma que imagino cuando vuelvo a dormir en la madrugada. Vamos a ganar.

Pero soy incapaz de no saber lo que sucede al instante, debo encender la radio y escucharla. Y mientras pasa el tiempo un soliloquio interno entre lo que pasa en la pantalla y la radio va pasando. Parte el Mati. Lo hace, pienso. Vamos Mati, demuestra que eres grande y siempre lo has sido a pesar de tanto chaqueteo, vamos Mati conchetumare. Gol. Me emociono agarrándome la cabeza. Patea Messi, no falla penales este culiao. Que lo haga no más. Gol. Patea Vidal, lo hace. ¿Cuántos penales ha pateado esta temporada? será Gol. Gol. Patea Higuaín. Este hueón se perdió un gol solo en la final contra Alemania, que los fantasmas lo persigan, se te va conchetumare, se te va. Patea y pelota a la chucha. VAMOS CONCHETUMARE. VAMOS. Patea Charles Mariano, lo hará, no falla penales. Gol. Patea Banegas, veo la expresión de su rostro cuando se aproxima, y pienso que lo tirara mal. Pero sin la seguridad de cuando lo tira Higuaín. Levanto los brazos con las manos juntas, como rezando. Tapa Bravo.  Alexis frente al arco. En la radio dicen 10 segundos a que se decida todo.Pienso, no hagas hueás Alexis, patea fuerte y al otro palo. En la radio lo gritan, en la tele la pelota avanza más lento que en el estadio, y somos campeones. Es verdad. Campeones por fin, después de un siglo, contra la Argentina de Messi, finalista de Brasil 2014. Ya no somos triunfos morales. Lo logramos. Por la chucha, somos campeones hueón, campeones de América. 
Casi en shock salgo a la calle, agarro la bici, un par de hinchas corriendo me abrazan. Hay un niño con la cara pintada llorando en la vereda y su padre lo abraza. Explota mi propio llanto. Un llanto contenido, emocionado. Pienso en mi infancia de Francia 98, de calles nortinas, de tardes eternas jugando en el pasaje, juntando láminas, anotando en cuadernos viejos los resultados con las banderitas pintadas con sus colores. Me habría gustado experimentar eso siendo un niño, con esa misma ilusión e inocencia de un niño. El mundo adulto te va robando todo eso, lanzándote a uno cruel, incierto, de sobrevivientes que avanzan por antonomasia. Soy un niño que pedalea rumbo a Plaza Italia, todavía incrédulo, escuchando la ADN. Me detengo en cada local en que se asoma su tele a la vereda. Todo es carnaval. La alegría inunda calles en que lo que más falta en otros días es esa alegría. Las calles por donde pasan las demandas de una sociedad más exigente, en donde se dispersan los sueños de los jóvenes al tiempo de que las consignas se unifican. Las calles en donde los sueños se desvanecen y la realidad sucumbe en ese mismo clamor. Hoy es distinto, porque algo ha logrado unir a este país por unas horas en el infinito. Los pueblos merecen experimentar colectivamente algo similar en otros ámbitos, su deber es avanzar hacia a ello, ajenos al voluntarismo y más cercanos a su propia responsabilidad y esfuerzo colectivo. Un señor junto al monumento a Baquedano dice que no veía Santiago tan contento desde el plebiscito del 88. Es como si de nuevo hubiese vuelto la democracia, como si le hubiesemos ganado otra vez a Pinochet, esboza. Me quedo con esa última frase. La diferencia y lo sencillo, es que ante mis ojos una multitud no está divida por nada, sino todo lo contrario, salta y la felicidad es de color rojo cuando bengalas y juegos artificiales a pocos metros estallan y se encienden. Desde distintos puntos llegan miles de personas, a pesar de los aspectos de cada uno y de los prejuicios en los que habitamos a diario, todo eso no importa, un cuico y un flaite saltan abrazados porque Chile es campeón y nada más importa. Nos fundimos en ese grito. Somos Chile. Contrastes y contradicciones, extranjeros y mestizos, clasistas, arribistas, resentidos, prejuiciosos, todo ello desaparece. Qué más importa. Yo me quiero quedar a vivir para siempre en ese país esperando que esa alegría desbordada se vea más seguido. Porque este pueblo se lo merece, a pesar de todo.