miércoles, 11 de abril de 2012

Lo dije hace un rato, lo dije estos días

Como no me quieres hablar te voy a contar algunas cosas que he pensado los últimos días.
Estos días he extrañado un poco a mi familia, a mi hermana chica, mis perros, la vida de ellos con sus problemas comunes y aunque trato no puedo abstraerme de todo eso pese a estar tan ocupado últimamente.En civil hemos pasado tanta materia, y a veces no entiendo nada. Me siento como en el civil uno, Peñailillo hablaba y hablaba sin parar y todos hacían como que entendían. El cerebro se cansaba en el intento por comprender esa lluvia de ideas y entes, y entre todo eso deseaba abrazar a alguien como ahora y que en un cariño me dijeran que todo va a estar bien. Lo mismo ayer y hoy, o antesdeayer y ayer en rigor. Necesito todo ese envoltorio de cercanías que me dicen que a fin de año voy a egresar y que tengo que estudiar mucho. Entonces me veo hablando de política o hablando en público, el mundo va a estallar en cualquier momento y voy directo a convertirme en algo o alguien que siempre he querido ser sin darme cuenta o sin reconocerlo, y veo caras que me oyen atentamente como queriendo escuchar algo que en el fondo también debo/quiero/puedo decir, y en sus distintas reacciones lentamente voy avanzando.
Todo eso me provoca una indefensión terrible, porque en cada paso hay un riesgo que asumir y una condición tan trascendente a la que dedicarse. Camino por Concepción, como ese niño de 18 años que llegó un día sin conocer a nadie y soñando una vida menos degradante que la viven día a día sus correligionarios Santiaguinos. Imagino que me quedo para siempre en estas calles, con los cabros, junto a una mujer a la que amo y viceversa y con la que construyo todo eso que siempre he querido; hijos criados con mis palabras y enseñanzas, perros con  nombres originales que corren persiguiéndome por el patio de la casa. Sueño que publico mi poesía en un auditorium de Universidad, como un profe querido de esa facultad y que en la política, derecho y poemas se me va la vida entera, andando en bicicleta con canas y trotando con mis perros por un campo. Pienso en esa mujer que debe andar por ahí, quién sabe por dónde, con quién y espero topármela en cualquier parte: una calle, un ciclovía, una cola de banco, un casino, un restaurat, una charla, una discusión, una librería y se convierta en una pequeña revolución cotidiana. A veces pienso que me observa pasar por ahí y me lee -entrelíneas- con subtítulos desde otra ciudad no elegida o desde una cortina sin sacudir.
He pensado en mi abuela, que es una mujer que ha dado la vida por su familia y por enseñarme y entregarme cosas a mí, más que mi padre y tanto como mi madre. Pienso en mi padrastro y el día en que llegó a nuestra vida con todas sus cosas admirables. Haberme enseñado a sacrificarme tanto por las cosas, pienso en su esfuerzo y en las recompensas que se merece. Pienso en el orgullo que represento para ellos cuando alzo la voz por lo que no me parece justo, y en que bajo ningún punto de vista espero defraudarlos. Pienso en que tener un padre irresponsable es una forma de asumir que hay cosas que vienen por defecto y que así debo quererlo, pese a todo el dolor que me ha provocado y pese a todo lo mal que se ha portado, el perdón es parte de un abril.
El tiempo gira y se multiplica y se divide por cero en el mismo acto, que estos días son una vorágine entre la charla de Marco Enríquez Ominami en la facultad, mis ganas de vivir intensamente y hacer cosas. De estudiar tan poco por una desconcentración que es directamente proporcional al entusiasmo, y que se desborda en esa a veces admirable (para algunos), despreciable (para otros) estructuración de una forma de vivir al límite. Pienso en que puede que un día voy a morir de pronto, sin aviso, quién sabe porqué y eso explique todo esto. Y de verdad que no me gustaría morir tan joven, y tan pronto sin haber vivido tantas cosas extraordinarias que faltan. Recorrer Sudamérica, aprender idiomar, leer y escribir libros, preparar la revolución de nuestros hijos y nietos, inventar cosas de otros tiempos, dormir hasta tarde, llamar a horas imprudentes, beber menos, seguir no fumando, las tardes de domingo con sentido, soñar despierto cosas que si no se asumen como ciertas y posibles nunca se vuelven realidad. Eso me he pasado estos primeros diez días de abril, eso sin querer me pasa hace varios años. Estoy construído de cosas que para algunos son clichés y para otros convicciones. Vivo entre palabras livianas y complejas, entre señales de humo y tweets a deshoras. Si dejara que todo eso no me importe, ya no sería quién soy. Aprendí a querer lo que tengo, a valorar que es más que de lo necesito pero no por eso dejar de proyectar el presente. Varios años después me di cuenta que no todo me da lo mismo, y que en realidad tu margarita sólo a un lado de la cara me enseñó más de lo que debía aprender de ella.