domingo, 22 de abril de 2012

Esas pequeñas grandes cosas


Es difícil imaginar un país sin riquezas. Un país sin la visión práctica de sacar provecho de una actividad económica determinada y específica para el desarrollo de sus habitantes y su calidad de vida. Las formas que se adoptan pese a ser variadas siempre coinciden en la noción del bien común y en la interpretación que tienen sobre él las políticas públicas que se van adoptando. Detrás de eso vienen acechando la libertad, el emprendimiento, la distribución de los ingresos, la idea de un Estado fuerte y activo o pequeño y limitado, y así tantas otras cosas que es difícil hacer un análisis breve para explicarlo.

Lo cierto es que Argentina es un paciente cuyo caso médico es bastante atractivo de diagnosticar, pues la visión de cada médico no está condicionada sólo por la medicina en este caso, sino que por los otros síntomas de supuestas enfermedades modernas,  y las cuales padece dicho país según varios especialistas. Pese a que es urgente mandar a los economistas a estudiar historia y filosofía y a los políticos a una sala de clases de un liceo municipal con mayoría de alumnos socialmente vulnerables, es importante que en nuestro país se abra la discusión acerca de estos temas.

Me voy a saltar todo ese cuento del elefante, CFK y los dimes y diretes entre Repsol y las autoridades del país vecino, para ir al tema de fondo: ¿Es legítimo que los países decidan soberanamente ser dueños de los recursos naturales de sus territorios y de las riquezas derivadas de su explotación?  ¿Es justo que las utilidades de una industria de importancia nacional y estratégica  asegure el desarrollo armónico de una sociedad en general, y no sólo del grupo económico que la dirige? ¿Tendrán los habitantes de este país el derecho a soñar con el progreso integral de nuestra sociedad y a ser partícipes deliberativamente de estos temas? ¿Será el momento de irrumpir en la mesa donde se toman todos los acuerdos? ¿Estarán ustedes dispuestos a contribuir desde el lugar en que se encuentren primero a la discusión y después a la proyección de lo que lleguemos a decidir? ¿Dejaremos de ser y sentirnos chilenos sólo cuando juega la selección,  la teletón, los terremotos y en el dieciocho?

La mayoría de los que cuestionan absolutamente la decisión y que vaticinan un desastre  económico al otro lado de la cordillera suelen coincidir con ser los mismos que olvidan nuestra historia reciente. Los que hayan leído el libro de María Olivia Monckeberg  “El Saqueo de los grupos económicos al Estado chileno” lograrán darse cuenta que los nombres suelen repetirse una y otra vez, y nadie dice nada. Tanto juicio histórico respecto a los derechos humanos y su violación durante la dictadura nubló la situación paralela que se desarrolló y cómo un grupo reducido de personas fueron capaces de aprovechar una situación fáctica para proceder a  robarse Chile, ni más ni menos. Cuesta entender esa inconsecuencia para hablar de las grandezas nacionales mientras se traicionan esas mismas palabras y se justifican en que hoy somos 8 veces más ricos que nuestros abuelos, lo que habilitaría a perpetuar  un modelo de gestión que sólo acrecenta desigualdades y centraliza y concentra las riquezas en un lugar del territorio y en un grupo de familias.

Nadie está hablando de crear una industria nacional y productiva de un día para otro, ni tampoco de llegar y empezar a renacionalizar el cobre y otras actividades que pueden ser consideradas como estratégicas. Estamos hablando de algo más complejo y oportuno de plantear, estamos hablando de un proyecto estratégico de desarrollo nacional. En el que le decimos a los extranjeros que Chile es un país seguro para invertir, pero en el que es deber actualizar los estatutos que dirigen esas inversiones y que si quieren venir a multiplicar su dinero deberán someterse a condiciones similares a la de otros países en los que hace décadas decidieron aquello que aún nosotros somos incapaces de siquiera plantear decididamente.

El mundo ya no es el de los tiempos de Aguirre Cerda ni está sujeto al contexto histórico de los tiempos de Frei Montalva y Allende, pero se encuentra ad portas de sufrir grandes transformaciones. Por lo pronto Chile debe aprender mucho del caso argentino. En primer lugar debe entender que los procesos implican sacrificios y que las determinaciones si bien pueden ser drásticas, no por eso deben saltar su normativa, regulación y mucho menos darle una connotación político partidista única a un tema que es nacional, contingente y transversal.  Luego debe comprender  que es necesario un cuestionamiento previo de su ciudadanía en torno a los medios de comunicación, centros académicos e investigación de todos niveles y vida cotidiana que sea capaz de remecer al país entero. De ello debe derivar una expresión política pluralista que sea capaz de encausarla y llevarla a efecto. Además todo eso debe ser realizado en un tiempo razonable y no cuando se lo hayan llevado todo. Así se va construyendo el país de todos al estilo Plan Z.