sábado, 29 de agosto de 2015

Es demasiado

Llevo un rato tratando de pensar en si decir algo al respecto, porque realmente no creo que algo haga reconsiderar aquello que planteas y que responde a un estado anímico al que se le suma una desarrollada convicción acerca de los problemas contemporáneos de este país.
Algunos de esos problemas son los mismos de antes, con rostros nuevos, y con gente con tecnología en sus manos, que opina y dice cosas sin asumir a veces las consencuencias de lo que expresa, precisamente porque todo avanza aceleradamente mientras seguimos en el mismo lugar de siempre. He leido tus columnas acerca del feminismo y las diversas maneras en que vas desarrollando esa idea, y tiendo a estar de acuerdo con la esencia de lo que impugnas de la cultura y la tradición machista de nuestra sociedad, pero llega un punto en que francamente rechazo ese impetu con pretensiones de avanzar hacia a algo que no pasa de consignas e ideas que se repiten todo el día en internet y que llegan al punto de fastidear a quienes es necesario persuadir y concientizar. En este punto, son muchas las ideas que vas manifestando y que obedecen a algo similar a lo anterior. La diferencia es que somos todos. Ellos contra nosotros. Y si bien, esta figura cobra algo de sentido cuando uno ve pasar a los camioneros frente a la Moneda y a las autoridades de gobierno cediendo ante los dueños del país, en ningún caso es justo incurrir en este reduccionismo. Mi abuela, que es perfectamente una de esas personas que describes como abusada, ha visto este país cometer los errores de la historia reciente y pese a todo, ha visto como aquellas personas que nacieron junto a la miseria como ella, yendo a las escuelas sin zapatos, un día superaron eso, gracias a las políticas de los gobiernos, gracias a su propio sacrificio y el de sus padres, y al mismo tiempo siente indignación de que sus nietos deban endeudarse a quince años para terminar ganando sueldos miserables para un profesional. Se levanta todas las mañanas a abrir el negocio, con el que sacó adelante a su familia y la dotó de dignidad, sobretodo cuando se separó de mi abuelo estando sus hijas pequeñas y siendo este irresponsable en su paternidad. Su historia es parecida a la de cientos de mujeres que han sacado a sus familias adelante, y han visto a la vez los avances de este progreso que a ratos parece ilusorio y solo confortable en el consumo.
Hay muchas injusticias en el día a día de Chile, la mayoría tienen un origen tan ancestral como los problemas que padecen los mismos pueblos originarios despojados de lo suyo. Pero ese llanto, esa crítica que amenaza y a la vez no dice nada más, es la nada. La nada que se manifesta una y otra vez ante todos estos problemas y en la historia nadie la recuerda. Ni siquiera en esa historia desarrollada en subterfugios, aquella que las fuentes oficiales de historiadores omiten deliberadamente por oponerse a su discurso y estilo, considerando solamente aquello que es digno de atención e influye en los acontecimientos relevantes. La violencia que dices apreciar en todo ese acto y del que se desprenden todas las consecuencias adversas que señalas, acaba manifestándose en un malestar expresado en otro tipo de violencia, y a la cual muchas veces se le suele atribuir un contenido de razonabilidad. Cuando a todos luces el ejercicio permanente de esta manifestación, socava el punto esencial en que los seres humanos que piensan diferente necesitan para acordar los mínimos comunes sobre los cuales han de deliberar, y respecto de los cuales, se volverá imperativo determinar y definir para que otros hombres, con sus propias carencias y dificultades, puedan vivir en un país menos injusto, menos clasista, menos prejuicioso. El acto en que se abandona ese prejuicio, en que se reconoce la legítima diferencia, en que se estima que una lucha determinada es precisamente eso, y que por más personas se sumen a eso, en ningún caso se hará coincidente per se con el interés general que debe predominar. Cierto es, que no puedo exigirte razonar bajo estos supuestos, porque no eres política a pesar de que todas tus expresiones lo sean. Eres precisamente eso que Weber solía describir como la ética de la convicción. Eso eres, y aunque te defina auténticamente, eso no quiere decir que estés en lo correcto. Porque aunque actúes toda tu vida en consencuencia y mantengas tus ideales intactos, no habrás logrado avanzar lo suficiente para consagrar los principios que has defendiendo, los que apenas quedaran relegados a otro libro, o definitivamente sujetos más astutos y pragmáticos, lograrán arrebatarlos y ellos quedarán bajo esas fuentes oficiales de los historiadores clásicos. En el mejor de los casos, tu discurso y batalla serán atesorados por una tradición, puestos sobre tinta que sirva de inspiración a la generación que deba librar otras batallas, pero tu habrás muerto con más frustraciones y desdichas. Es el riesgo que asumen, quienes inocentemente piensan que este mundo puede albergar la autencidad en todas sus partes, y no simplemente en lo que de manera sagaz podrá ser finalmente materializado.
La verdad es que no puedo evitar sentir un poco de pena, al dimensionar que muchas personas también decidirán hacer de su propia existencia la dedicación exclusiva a fracasar por el mero hecho de no renunciar a nada, no porque otros sólo avanzarán en la medida de sus posibilidades y capacidades, sino porque estos últimos al cabo habrán tenido la razón, y aunque serán escupidos, repudiados e insultados en sus epitafios, habrán contribuido a cambiar la vida de millones de personas que en el futuro volverán sobre sus propios asuntos y tendrán la oportunidad de asumir el camino de la contemplación o el de involucrarse bajo su convicción, responsabilidad o la justa combinación ambos elementos.