jueves, 25 de julio de 2013

dos cafés de medio siglo

La conocí en un carrete extraño. Un amigo me llamó para juntarnos a tomar algo, porque tenía algo que contarme. En realidad quería contarme sus penas de amor y su última decepción amorosa fuerte, así que salí con toda la disposición a escuchar como se suele escuchar a quienes necesitan una catarsis junto al alcohol y la amistad. En eso, mi amigo saludó a una conocida que andaba con su pololo y otras personas más, y sin entender más ni escuchar pena de amor alguna, juntamos las mesas y empezamos a conversar. En la conversación había de todo, superficialidades de las que suelen hablarse en casi todos los lugares por gente de nuestra edad, gente que no quería que ganara Bachelet y los que con el vaso en la mano ríen, revisan el celular cada cierto tiempo y llegan tarde a las intervenciones. El asunto es que de pronto empecé a aburrirme, supongo que los comentarios básicos y desinformados me resultan demasiado reiterativos, sobretodo el último tiempo. Pensé en inventar algo y escapar del lugar para volver a la casa, luego recordé que todavía no escuchaba las penas de amor de mi amigo, y en realidad ya era esa conversación. Estaba preparado para levantarme y hacer la salida diplomática con la excusa adecuada, cuando de pronto una de las personas con las que estaba en la mesa me preguntó si conocía a tal persona. La respuesta fue afirmativa, seguida por el grado de proximidad y el porqué sabía que determinada persona y yo éramos amigos. Entonces fue cuando supe que ese determinado amigo, que aunque lo veo poco siempre conversamos mucho a través de las redes sociales, me había mencionado un par de veces en conversaciones en donde se encontraba esta otra persona. Digamos que no lo pensé bien en ese momento, dejándome llevar por esta casualidad de conocer a la misma persona y aparecer en una conversación ajena, pero en definitiva esta niña había quedado con mi nombre grabado, y a partir, de lo que conversábamos en esa mesa seguramente recordó quién era. Una de las personas que estaba ahí puso su casa, buscamos una botillería y caminamos  casi media hora. No pasaba por mis intenciones tratar de generar el ambiente para involucrarme con la niña, pero poco a poco empezamos a hablar de lo mismo, a mirarnos con gestos esquivos y a forzar nuestra conversación para no dejar de ir caminando juntos un poco separados del resto del grupo. En un momento me vi tirando tallas, siendo irónico y utilizando ese lenguaje para persuadir. Cuando tomé conciencia de que esto era derechamente un joteo en su máxima expresión, y que era correspondido hasta el momento, me empecé a inhibir lentamente. Cambie el tono de la conversación, traté de llevarla a algo más frío. Empecé a revisar el teléfono y en ese momento el grupo se detuvo, nos mezclamos y seguimos todos juntos. Cuando llegamos a la casa, el bichito de la maldad que brota en estos casos me empezó a llamar, y por otra parte, estaba la conciencia que me decía que me hiciera el hueón e intentara no forzar nada. Me senté en un sillón y conversé largamente con otras personas, y de cuando en cuando, cruzábamos miradas y sonrisas. En un momentó fui por hielo a la cocina, cuando volví ella se paró y me empezó a conversar. Cuando en determinado momento mencionó a su pololo, como que descarté todo, entre decepción y alivio, dije ah bueno, mejor así. Algo me decía que no tenía que generar nada, intuiciones que tenemos de vez en cuando. Algunos de las personas llamaron un radiotaxi, ya eran como las 4. Ella se iba en ese grupo, y en un impulso le dije que se quedara, que conversáramos, que si quería la podía acompañar caminando hasta su casa desde ahí (que no era tan lejos, pero en dirección contraria a donde se dirigía el grupo que partía). Me dijo que si. Pero que no me corriera después.
Mi amigo se me acercó y me preguntó lo pertinente, le respondí que estaba pololeando y que buena onda con la chiquilla. En esa expresión coloquial de no tener precaución ni mesura, me trató de ahueonao. No es que me haya importado el insulto, a ese nivel de confianza uno sabe que no es serio, pero de pronto pensé que habían cosas que no eran tan casuales, que como me dijo alguna vez otra mujer, la complicidad es un arte. Llegado cierto momento, conversábamos con la niña de cosas que tenían sentido, tales como las mejores teleseries chilenas y sus personajes. Cuando empezamos a coincidir casi en todos los puntos, recordé esas frases que se leen al pasar, y dije algo cliché. Ni yo ni ella estábamos ebrios,  nos acercamos y empezamos a besarnos. Una vez más estaba ahí, haciendo lo no correcto. No era una actitud errática como las otras, de verdad en un momento me sentí bien. Pensé que estas cosas se van dando, y uno evita y evita y le da suspenso. El suspenso de que en cualquier momento, algo inesperado, imposibilitaba ese encuentro. Ya por la mañana, aprovechando que todos dormían por todas las partes posibles, y que ya eran las 6 caminamos. Mi idea era llevarla a tomar un café a un servicentro, es la escena más romántica que se me ocurría a las 6 de la mañana. Eran las 9 de la mañana y seguíamos conversando en ese servicentro, ya no nos besamos más desde que salimos de la casa. Ella me contaba cosas de su pololo, de las vacaciones, de sueños y proyectos que tenía. Yo, con esa sensación de vacío, le decía que valoraba ese espacio. Digamos que algo me decía que, ese impulso de decirle que se quedara era para terminar ahí. La pasé a dejar a su casa, me dijo que si algún día terminaba, me iba a buscar para juntarnos y salir a tomarnos algo. Sabía que en el fondo fue lo que fue ese día, en realidad no podría querer algo más que esa conversación en un servicentro. Digamos que siempre quise tener esa conversación. Una vez en el Pronto Copec de Conce vi a una pareja leyendo LUN, muy nerds, y felices, y dije algún día quiero terminar así, me dije. La dejé en su puerta, y mirando hacia todas partes me besó rápidamente. Tomé un taxi para mi casa, estaba tan cansado que irme en micro significaba quedarme dormido. Cuando llegué la busqué en facebook, no pude encontrarla. Cuando desperté tenía su solicitud de amistad, un inbox, dos mensajes en whatsapp. El inbox decía que había sido entretenido conocerme, que ojalá pudiéramos juntarnos por ahí alguna vez a compartir, sin más pretensiones que eso. Los whatsapp tenían un par de emoticones para decir que hacía frío. No volvimos a hablar más desde esa vez. Quiero volver a invitarla a ver el amanecer a un servicentro.

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