miércoles, 28 de octubre de 2015

recompensa

Llevo años tratando de sostener una conversación que me permita llegar a un acuerdo definitivo con tu absurda idea de pertenecer a una clase social que no es la tuya, y en la que resulta indiferente la riqueza que hayas acumulado hasta este momento, pues podrán disimular respeto y admiración hacia tus logros y aciertos, pero para ellos seguirá siendo más importante el hijo tonto con linaje, que tu determinación infatigable por demostrar que eres uno más de su selección. El día en que alguno decida pedir la mano de una de tus hijas, lo hará a sabiendas de que en la fiesta de matrimonio deberá compartir con el roterío y la parentela ineludiblemente pobre, y advertirá a su propia familia de la incómoda situación que pudiese provocarles ponderando en el mismo argumento la fortuna a la que accederá cuando mueras. 

En ese mismo acto, habrás alzado una copa de vino con la ingenuidad que se expande en tus palabras, incurrirás en la reiteración de señalar a Dios como un responsable del amor y la felicidad de los tuyos, y de pronto alguien intervendrá para decir algo más coherente y meloso, terminando todo en una carcajada, seguida de un chiste y la confusión de las risas provenientes de ambas situaciones. Evocarás tus momentos de sacrificio y superación como quien comenta un titular de El Mercurio, harás una referencia política totalmente errada y falaz, el novio dirá aquello que precisamente esperas del padre de tus nietos y le mirarás el trasero a la hermana del mejor amigo de tu hijo.

En las páginas sociales aparecerán todos muy bien vestidos y sonrientes, a pesar de que sin que nadie de una orden, el editor deliberadamente omitirá tu nombre. Todos sabrán que es el roto con plata que ganó su propia batalla para acabar convirtiéndose en la fuente de los méritos que al fin y al cabo resultan indiferentes.

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